Publiqué este artículo en Diagonal hace muchos meses. Se me olvidó copiarlo aquí en su día y lo hago ahora por dos motivos: para fingir que este blog no está muerto y para recuperarme del susto que me ha dado ver a Palmolive luciendo su faceta cristiana en Españoles por el mundo (28:40).
Chicas que crean, se rebelan y deciden
Entre la reinvención de la masculinidad femenina de Patti Smith a la
rubia sin un pelo de tonta de Blondie, Debbie Harry, se esconden mujeres
atípicas del Punk, que como Ari Up se enunciaron, con autonomía,
inclasificables.
Cuando
Ari Up salía al escenario en 1976 bailaba y se
remangaba la ropa con una sensualidad exageradamente grotesca. La escena
punk londinense, acostumbrada ya al salvajismo, flipaba con que eso lo
pudiera hacer una mujer. Tenía 15 años,
acababa de empezar con las Slits y poco después giraría teloneando a los Clash.
Siempre nos cuentan que Joe Strummer le enseñó a tocar
la guitarra y que Mick Jones era quien se la afinaba. También que como
su madre era amiga de Jimi Hendrix y se lió con Johnny Rotten les
conoció desde pequeña. Pero nadie nos ha explicado tan patriarcalmente
de dónde se sacó ese cóctel maravilloso de juego y rabia, quizá porque
lo suyo era muy punk pero no igual que lo de sus amigos. Nos cuesta
definir en términos absolutos a mujeres que se enuncian con autonomía,
sin oponerlas a ningún sujeto pretendidamente neutro. Voy a intentarlo.
En 1977
las Slits aparecían en
Jubilee, el manifiesto visual de Derek Jarman,
destrozando un coche a martillazos y envolviendo a una mujer en alambre
de espino con naturalidad e indiferencia. Pero para cuando grabaron su
primer disco, en 1979, eran mucho más que descarga furiosa. Afrontaron
la densidad del post punk con frescura: exploraban una suerte de reggae y
funk blanco y hacían las indias –ritmos y gritos tribales incluidos–
descaradamente. Sonaban destartaladas y caóticas, con una
tendencia cabaretera
que se acentuó en el segundo disco. La arrogancia de
Ari Up tenía mucho
de parodia de los roles de género que se resistía a acatar. Sus bailes
absurdos y sus colores chillones prueban que ante todo era una payasa,
una entertainer, más que para el público para sí misma.
Tenía grandes compañeras. En aquellos años británicos
Siouxsie epataba al frente de sus
Banshees;
Poly Styrene en
X-Ray Specs
mandaba a tomar por culo a quienes dicen que a las chicas no hay que
escucharlas;
a Gaye Advert le importaba una mierda no saber tocar y Delta 5 exigían que les dejaran en paz
(hit que repopularizarían las
Chicks on Speed). La batería de Slits,
Palmolive, se les fugó a
las Raincoats, otras que se montaron un cuento
de hadas hiperbólico para reírse de la mujeridad imperante.
No vamos a debatir si el punk se inventó en Nueva York o
en Londres porque nos pone mucho más la versión de
Kim Gordon (
Sonic
Youth):
"El punk lo inventaron las chicas".
Pero si leemos las crónicas habituales del otro lado del océano, los
papeles que se les reparten son básicamente de groupies y sospechosas de
matar a sus novios en el Chelsea Hotel. Necesitamos hacer herstory y
acordarnos de que muchas mujeres frecuentaban lo alto del escenario del
CBGB:
Tina Weymouth (
Talking Heads),
Annie Golden (
Shirts),
Poison Ivy
(
Cramps),
Kate Pierson y
Cindy Wilson (
B52s),
Wendy Williams
(
Plasmatics)... Desde aquel bar
Patti Smith reinventaba la masculinidad
femenina,
Jayne County era "man enough to be a woman" y
Debbie Harry
inauguraba con
Blondie una nueva versión de rubia tonta en las listas de
éxitos, la que de tonta no tiene un pelo. En el mainstream estaban
instaladas
las Runaways de
Joan Jett y su lema
"las chicas también tienen pelotas, sólo que un poco más arriba".
Con la asertividad que les caracteriza, al menos la
mitad del párrafo anterior ha dicho alguna vez que el feminismo se la
trae floja. De falta de conciencia y chicha política adolece gran parte
del punk (recordemos que la verborrea situacionista de Malcolm MacLaren
no habría lucido sin la ropa de Vivienne Westwood). Pero siempre nos
quedará la cantante de
Teenage Jesus & The Jerks, una tía guapa,
lista y feminista que estuvo allí y sigue siéndolo tres décadas después:
Lydia Lunch.
Si tiramos del hilo, los rastros de carmín nos llevan a
las
Vulpess,
Ana Curra y otras zorras de la movida; a
Kira Roessler en
Black Flag y el antisexismo ganando terreno en el hardcore de los '80; a
Amelia Fletcher y las valientes del indiepop lo-fi reivindicando el
derecho a ser cursis; a mil raves con
Hanin Elias y su hardcore
digital... y por supuesto a las Riot Grrrls, aquellas que tramaron una
red de sisterhood para empoderar a las chicas rockeras que sigue viva en
los Ladyfests.
Un montón de tías que se inventan a sí mismas y al mundo en el que viven, apasionadas
porque en lugar de hacer lo que se espera de ellas se reúnen para
participar por sí mismas en la contracultura que les emociona.
De eso
Ari Up supo mucho. Su curiosidad le llevó a un
devenir jamaicano dub que no todas sus fans supimos digerir. No ser un
plato fácil fue otra de sus virtudes. Desde 2006 venía retocando a
las
Slits y el año pasado lanzaron un LP que defendieron en directo. Murió
de cáncer hace tres meses. Otra lección: se puede ser estrella del rock
and roll adolescente y tener luego una vida feliz y plena;
Ari up usó el derecho a desearse como le dio la gana.
Decía que se veía a los 60 años con el pelo verde y tacones altos. Me
la imagino así, agitándose en una mecedora, y voy a darle las gracias, a
ella y a las que vinieron después, por el inspirador atrevimiento de no
ser Typical Girls.
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Playlist publicada junto al artículo.