24.3.08

#02 · Los Punsetes: LP sin título

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Hace un año decidí dejar de hablar de ellos para seguir una máxima: don't feed the hype. Todo el mundo hablaba y preferí darles tiempo. Digerir en lugar de contarlas mientras las veía venir. Da igual: Los Punsetes son indigestos. Media tarde escuchando su recién colgado LP (con licencia CC), la otra media para escribir sobre él.

La mitad de los doce temas son temazos. Empezando por Fondo de armario, salvaje declaración de principios. Arranque ascendente, Echo & The Bunnymen con un poco de distorsión de más y "un trato discreto con la gente, no discuto y les sigo la corriente". Ellos a su bola. Pero con los ojos abiertos, disparando desde atrás y hasta 'kalimotxeros' si hace falta: Dos policías y poca diversión que nos arruinan el findesemana. Sin hacer el rídiculo, les funciona la autocensura: "gracias a Dios aquí todo el mundo tiene el morro muy fino y no pasan ni una". Eso dijeron en la entrevista que les hicieron conjuntamente Iván Polygon y P. Roberto J. Lo que no explicaron es cómo consiguen que su horrible verano en El Escorial haga que se me revuelva el estómago cada vez que veo una etiqueta de ron Brugal. El temacísimo es, al menos por ahora, El fin del mundo (.mp3): darle la vuelta al paraíso de la felicidad para que quede convertido en un infierno, "joder, menuda falta de respeto". El infierno, y encima sin redención: Maricas, catársis final, darse cuenta de que se es mediocre hasta para morirse y de que "mamá está equivocada y los libros mienten". Pero antes, el hit: eres un desgraciado y no te esfuerces, que no hay consuelo posible. De eso va Accidentes:

De la otra mitad, no me acuerdo. Le pasa a más de uno. A malrollismo no les gana nadie, pero a anticarisma tampoco. Son unos oscuros, unos tristes, unos opacos. Y tienen canciones tan impermeables que no se pueden memorizar así como así, una sólo se queda con su aura y traza tres pilares estéticos. Uno, apuntalado en la entrevista anteriormente citada, donde nombran a Ballard, Cronenberg, Gutiérrez Solana, Zuloaga... iconoclastia sucia y/o costumbrista que se les nota a leguas, tanto como que son de -o viven en, es lo mismo- Madrid, la megaurbe provinciana. La 'España negra' del derecho y del revés. El segundo, el ochentismo: aquella época en la que los grupos eran buenos de verdad, desde los Cure hasta Beat Happening, parando antes en Parálisis Permanente. Y el tercero, cierto tipo de esperpento abúlico, llamémoslo feísmo. Estos chavales tienen mucho fondo de armario pero visten mal, juegan a la repugnancia y seguro que también son fans del stuckismo del bueno de Billy Childish. Seguro que el Señor 3501 también lo es, además de autor de una portada bien fea. Menos fea que la foto promocional, eso sí. Digo yo.

El malrollismo como esperanza vital. A todo esto, mola un montón que existan Los Punsetes. Por el mismo motivo que lo dijimos de TCR y porque la mayor evidencia de vida inteligente es haber aprendido a regocijarse en la mierda para situarse por encima de ella. Así es, después del primer corte de hipo, a mí escuchar a Los Punsetes me da buen rollo. No hay que hacerle caso al Eduard, sino a Los Punsetes. Ellos no saben cómo, ni dónde, ni cuándo, pero tampoco tienen porqué.

Y ya está, porque se suponía que mi plan para esta tarde era limpiar la cocina y el baño. Lo dicho, Los Punsetes como maniobra de escapismo de la miseria cotidiana. Por cierto, el sábado tocan en Madriz.


Sin título de Los Punsetes (Grabaciones Grabofónicas, 2008).
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19.3.08

#01 · TCR: 'Paro, siesta, días de fiesta'

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Me apetece retomar este blog de una forma algo distinta, recordando por qué quise empezarlo, en 2005: simplemente, hablar de la música que me gusta. Sin perderme en todas esas redes inabarcables, sin coolhunting ni clones bienintencionados, evitando el empacho y el hastío... voy a escribir de discos que me gustan, de grupos interesantes, de canciones buenas. Voy a hacer como Manolo, que cuenta el cómo y el cuándo pero no el porqué, y como los siete fans de Dusty Springfield, sin más criterio que lo que apetece. Y punto.

Toda esta autorreferencia viene al caso para introducir a un disco que va de eso: de pasárselo bien y hacer las cosas porque se tienen ganas, superando el atasco nihilista pero siendo completamente consciente de que fuera de nuestra burbuja todo es una mierda. Paro, siesta, días de fiesta es el disco póstumo de TCR, el grupo más ácido del pop hispanocantante, y es ante todo una obra de madurez. Madurez es el eufemismo para decir que nos hacemos viejos: el letrista coloca al oyente cómplice en un lugar, por encima del bien y demasiado cerca del mal, desde el que nada reluce pero todo encaja, o más o menos, al menos.

"Un verano entero mascando chicle, puro declive". TCR, cuatro chavales de Barcelona, llegaron en un momento, allá por el 98, en el que los indies se rebelaban contra la aburrida costumbre de mirarse los zapatos y cantar en inglés. No me detendré en recontar lo del tontipop, pero desde luego que tuvo algo que ver en que su primer disco, TCR, quedara condenado a que hasta su discográfica, la siempre oportunista Subterfuge, asegurara que "no parará de sonar en todas las tiendas de caramelos y golosinas". Pues no, lo de TCR no iba por ahí, ellos deberían no haber parado de sonar en sitios donde se consumieran porros, cocaína, vino y caviar a partes iguales. Entre el primerizo himno generacional ¡Es pop, mamá! y el certificado de defunción que cierra este segundo disco, P.O.P., no hay más abismo que el de crecer en actitud y en tener las cosas claras. Si TCR molan, es porque saben bien lo que no quieren. Puro punk.

"Ya no soy joven, ya no soy punk". El gran salto de este segundo disco, en mi opinión, es meramente instrumental: sin Felipe Fresón ya en el grupo, suenan más compactos, más redondos, sin sacrificar el encantador desafino lo-fi. Ahora sí podemos hablar de una forma personal de mezclar a las Ronettes con los Buzzcocks o a Comet Gain con Jonathan Richman que sólo puede beber de una referencia clara, los TV Personalities que versionearon en Sangre en el Apolo (y otras tantas veces en directo). Nos queremos cargar a los pseudo-punks pijos de nuestra calse, a los becarios modernos que comentan discos, a los que opinan en fanzines gagá y a Ariadna -que nos parece más bien normalita y fuera de onda- porque nuestro único e indiscutible ídolo es Dan Treacy. Muera el resto. Puro punk, de nuevo.

"Te confieso que lo que siempre quise es marcharme y dejarlo todo por terminar". Y ahí que lo dejaron, con el despelleje de la escena patria a medio hacer, sin decir la última palabra. Contaba Karpov que le gusta repetirse para sus adentros que "TCR existieron, que en este país hubo un grupo tocado por la gracia, por la razón y por la ira". Nos encanta repetírnoslo, porque luego han llegado otros, como Grande-Marlaska, Los Punsetes o Espanto, que molan mucho pero que a su lado languidecen. Y la gente, mirando para otro lado, buscando obras maestras en lo sublime y dejando que los Incrucificables pasen aún más desapercibicidos. Pero lo que TCR tuvieron, los grupos a los que encumbra "la gente" no lo pueden tener, "pues son músicos serios y no tienen remedio". Lo de ellos es HARTE, con hache.


Paro, siesta, días de fiesta de TCR (Subterfuge, 2001).
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