Hace un año decidí dejar de hablar de ellos para seguir una máxima: don't feed the hype. Todo el mundo hablaba y preferí darles tiempo. Digerir en lugar de contarlas mientras las veía venir. Da igual: Los Punsetes son indigestos. Media tarde escuchando su recién colgado LP (con licencia CC), la otra media para escribir sobre él.
La mitad de los doce temas son temazos. Empezando por Fondo de armario, salvaje declaración de principios. Arranque ascendente, Echo & The Bunnymen con un poco de distorsión de más y "un trato discreto con la gente, no discuto y les sigo la corriente". Ellos a su bola. Pero con los ojos abiertos, disparando desde atrás y hasta 'kalimotxeros' si hace falta: Dos policías y poca diversión que nos arruinan el findesemana. Sin hacer el rídiculo, les funciona la autocensura: "gracias a Dios aquí todo el mundo tiene el morro muy fino y no pasan ni una". Eso dijeron en la entrevista que les hicieron conjuntamente Iván Polygon y P. Roberto J. Lo que no explicaron es cómo consiguen que su horrible verano en El Escorial haga que se me revuelva el estómago cada vez que veo una etiqueta de ron Brugal. El temacísimo es, al menos por ahora, El fin del mundo (.mp3): darle la vuelta al paraíso de la felicidad para que quede convertido en un infierno, "joder, menuda falta de respeto". El infierno, y encima sin redención: Maricas, catársis final, darse cuenta de que se es mediocre hasta para morirse y de que "mamá está equivocada y los libros mienten". Pero antes, el hit: eres un desgraciado y no te esfuerces, que no hay consuelo posible. De eso va Accidentes:
De la otra mitad, no me acuerdo. Le pasa a más de uno. A malrollismo no les gana nadie, pero a anticarisma tampoco. Son unos oscuros, unos tristes, unos opacos. Y tienen canciones tan impermeables que no se pueden memorizar así como así, una sólo se queda con su aura y traza tres pilares estéticos. Uno, apuntalado en la entrevista anteriormente citada, donde nombran a Ballard, Cronenberg, Gutiérrez Solana, Zuloaga... iconoclastia sucia y/o costumbrista que se les nota a leguas, tanto como que son de -o viven en, es lo mismo- Madrid, la megaurbe provinciana. La 'España negra' del derecho y del revés. El segundo, el ochentismo: aquella época en la que los grupos eran buenos de verdad, desde los Cure hasta Beat Happening, parando antes en Parálisis Permanente. Y el tercero, cierto tipo de esperpento abúlico, llamémoslo feísmo. Estos chavales tienen mucho fondo de armario pero visten mal, juegan a la repugnancia y seguro que también son fans del stuckismo del bueno de Billy Childish. Seguro que el Señor 3501 también lo es, además de autor de una portada bien fea. Menos fea que la foto promocional, eso sí. Digo yo.
El malrollismo como esperanza vital. A todo esto, mola un montón que existan Los Punsetes. Por el mismo motivo que lo dijimos de TCR y porque la mayor evidencia de vida inteligente es haber aprendido a regocijarse en la mierda para situarse por encima de ella. Así es, después del primer corte de hipo, a mí escuchar a Los Punsetes me da buen rollo. No hay que hacerle caso al Eduard, sino a Los Punsetes. Ellos no saben cómo, ni dónde, ni cuándo, pero tampoco tienen porqué.
Y ya está, porque se suponía que mi plan para esta tarde era limpiar la cocina y el baño. Lo dicho, Los Punsetes como maniobra de escapismo de la miseria cotidiana. Por cierto, el sábado tocan en Madriz.
Sin título de Los Punsetes (Grabaciones Grabofónicas, 2008).
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