Era 1998, era Brighton y eran Verity Susman y Emma Gaze las que se inventaban una cosa fantástica llamada Electrelane. Con los años y las giras, Mia Clarke y Ros Murray completarían la banda. Una banda que sabía hacer ruido furioso, agitarse hasta la extenuación, encender rock 'n' roll del que suena ¡bum! y hasta convencer a la crítica seria y aburrirnos a quienes nos horroriza el jazz.
Electrelane lo tenían claro y sólo abrían la boca cuando hacía falta: para gritar y, ocasionalmente, para cantar letras certeras de angustia y filiación política, citar a poetas viejos y a Nietzsche. Sabían llegar a sitios molones por caminos raros: a la conmoción por la frialdad (dicen que en directo ni un gesto, ni una concesión), al baile por la hipnosis (largas cadenas que pueden servir para entrar en trance), a la diversión por la repetición (de patrones, de juegos de muñeca, de agitar la cadera).
En 2007 lo dejaron, el verano del año pasado volvieron para tocar en festivales. A Emma le habíamos perdido la pista, pero Ros ha montado grupos lo-fi que molan mil (Ray Rumours, Trash Kit). A Mia a veces la pillamos escribiendo de música en publicaciones respetadas y a Verity nos la hemos encontrado con un bigote, un saxofón y un ramo de sicodelia bajo el brazo. Todo esto es irrelevante cuando te bajas los discos de Electrelane.
Cuando los escuchas, los tobillos se mueven más ligeros, la sangre circula más rápido, se te revuelve el estómago y puede llegar a dolerte la cabeza. Se pegan a la piel como sudor y como saliva. Si te dejas, se acoplan como bandas sonoras que no acompañan, sino que potencian cualquier cosa que quieras hacer: moverte, quedarte quieta. Aceleradas y contenidas, así son ellas: como eléctricas, como descarriladas, como las tormentas o como la cocaína.
Publicado en el fanzine Ladyfest 2012 # uno, regalado en la fiesta de Ladyfest Madrid del 8 de junio.